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Pausa…

Pausa…

Hacer que la vida no vaya tan a prisa,

Robarle una pausa ,

Para llenarla de lo que nos hace latir, lo que crea el tiempo

Lo que se queda, lo que hace eco, lo que resuena en cada latido y nos hace sentir infinitos

Vivos…

 

Recordar

Hacer existir la vida,

el amor,

la amistad,

la gratitud,

el universo,

en esta eternidad que palpita.

 

Frenar el tiempo,

para no olvidar lo que late dentro, lo que le da sentido a este viaje eterno.

¡Me convierto en Libro!

¡Me convierto en Libro!

Desde hace muchos, muchos años he estado enamorado de las letras.

Todo empezó con “Momo” en la secundaria y de ahí hasta hoy, amo leer, lo que sea (hasta los empaques del jabón) y escribir: ensayos, poemas, frases, cuentitos, letras de canciones o inventar mis palabras. Siempre pensé en escribir un libro, pero la idea de contar una historia tan larga como para hacer una novela de 500 páginas, se me hacía (hace) tarea de mentes superdotadas (¿Qué tanto les voy a contar?!!) poder mantener los personajes y su personalidad, saber como cada uno piensa, se mueve y actúa, organizar las ideas y nunca, nunca perder el camino.

Pero eso, no me podía detener. Así que, se me prendió el foco y comencé a juntar todos mis cuentos, ensayos y “poemas”, escoger frases y armar un pequeño muestrario de letras que me gustaban. Y mientras por otro lado, pensaba en que a veces a la gente le cansa leer historias muy largas, o ver que les falta “muchoooo” para terminar, o  que a lo mejor sienten que “no tienen tiempo” o que andan en mil cosas, o que cargar un libro “pos pa qué?… Entonces:

 

¡Arme un librito donde puedes leer cuentos cortos, poemas y tener espacio para traer una libreta útil para escribir tus notas, pendientes, para que tus hijos dibujen, para que la lleves a las juntas, para que anotes tus frases favoritas y de paso sueltes alguna risita con mis frases célebres!

Leer fácil, sencillito, agusto y de a poquitos, como un “snack literario”…

 

Aquí está  aquí está mi primer hijo, una impresión de mi,  mi metamorfosis en páginas y palabras:

 

¡GANAMOS LOS BUENOS! mi primer libro, libreta, cuaderno de uso múltiples o como le quieras llamar. Que desde hace más de un año se estaba cocinando entre mis manos y las de Fabiola Baires (la diseñadora editorial que amo y amo su trabajo), con mucho corazón, con muchas ganas, con muchas historias entretejidas entre cada letra que está por ahí en esas páginas, listas para que las disfrutes a mares.

 

¡Espero que te encante, que te haga gozar tus tiempos de espera, de trabajo y de vida un poquito más!

 

Lo puedes encontrar en:

 

Icónico

Xicoténcatl 173, Col. Coyoacán

 

Mi tienda: KanelaZonika en Kichink

 

o conmigo directamente.

 

¡Mil mil gracias!

 

 

 

Nací elefante

Nací elefante

Nací de la semilla de un elefante,
Bajo la lluvia y el sol,
Entre hojas y tierra húmeda fui creciendo,
Mis orejas se fueron al corazón,
La fuerza de mis piernas a mis manos
Mis colmillos se convirtieron en las columnas
que me afianzan el paso
Crecí siendo hermana de los árboles,
Me convertí en la voz de los huracanes,
Dormí con el canto de las estrellas
Me convertí en el eco del sol..
Mi corazón sabe latir fuerte,
Mis piernas no se detienen,
Me mantengo en este suelo,
amarrada a su vaivén..
pero no olvido que soy semilla
UN DESLIZ

UN DESLIZ

Juro que hice todo lo que pude, pero yo ya no podía soportar más. Me quedé más firme que nunca y traté con todas mis fuerzas de que no cayera… pero ella ya estaba demasiado débil. Recuerdo la primera vez que me vio, no me hizo mucho caso; más bien me miró con desprecio e indignación y me aventó en un viejo clóset. Pasó el tiempo y regresó por mí. Comenzó a usarme para decorar un antiguo perchero que estaba junto a la entrada principal. Poco a poco me empezó a utilizar más, a veces para subir escaleras, otras para alcanzar la cobija que estaba en sus pies y algunas otras para salir al mercado. Y así, poco a poco nos fuimos haciendo amigos hasta que, por fin, dejé de estar colgado en ese perchero y empecé a conocer la cocina, la sala de televisión, el cuarto de lavado, el baño y su habitación. Al principio jugaba conmigo para molestar a la gente cuando estábamos en el tumulto del mercado y quería que se apuraran, otras veces se hacía la más débil recargándose lo más que podía en mí para que le dieran el paso al cruzar las calles, la dejaran evadir la cola de las tortillas o la de la comunión; y muchas, muchas veces para que algún joven la ayudara con sus bolsas del mercado. ¡Yo cómo me reía, cuando hacía ese tipo de actuaciones!, aunque también sufría cuando actuaba demasiado. Una vez, un escuincle quiso pasarse de listo al verla caminando en la calle con sus bolsas, ya le andaba metiendo la mano para robarse lo que fuera, y en eso, sin preguntar, me convertí de una enclenque vara de madera, en una feroz arma ¨mortal” que defendía valerosamente a esta ¨inofensiva¨ viejecita. ¡Cómo le daba de golpes al pobre niño! Al final creo que yo quedé más adolorido que el pobre delincuente… pero bueno, hasta ese uso pude tener.

Poco a poco fui acostumbrándome al peso de su mano, a la forma de sus dedos y a las arrugas que la decoraban. Así como cada vez su mano se volvía una extensión de mí y nuestra complicidad duraba veinticuatro horas los siete días de la semana, de la misma manera, se fue volviendo ajena y vaga, su mano se volvía más fría, su piel y sus arrugas se volvían como niebla en mí, sus dedos cada vez más delgados y el peso de su cuerpo se volvió tan sutil que llegué a no saber si ya me había soltado o si aún seguía agarrada de mí. Cada vez salíamos menos, ya no visitábamos tanto el mercado o la iglesia, trataba de subir las escaleras sólo una vez al día, empezó a desconfiar de mí, se apoyaba en las mesas, en los barandales, en los muebles. Sus pasos se volvieron tan suaves como el algodón, sus movimientos como si el aire fuera su fuerza, poco a poco se iba disolviendo…

Sabía que algún día me dejaría, nunca lo imaginé así, nadie me dijo que de mí podría depender ese momento… si hubiera sido más fuerte, si hubiera tenido brazos, si hubiera quitado ese escalón…

Ahora ya no estás, y yo de nuevo en el clóset, enredado en recuerdos y un olor a madera de antaño, que soy.

Las entradas son las salidas, las verdades son las mentiras

Las entradas son las salidas, las verdades son las mentiras

Pasa…

Las mentiras pueden esconderse en cualquier espacio, entre las palabras, las oraciones, las miradas, los silencios, los labios, los pensamientos, las verdades y hasta en todo esto que te estoy diciendo. Puede haber cientos, miles de ellas mirándote, mirándonos. Algunas tal vez salen a saludar en algún momento, otras podrán tardar más y otras preferirán no asomarse, sólo te verán de lejos y disfrutarán viendo cómo te pierdes entre ellas.

Como habrás observado he quitado la puerta, pues era una mentira con la que nunca pude ponerme de acuerdo: estaba cerrada cuando quería entrar y abierta cuando necesitaba dejar bien cerrado, así que por acuerdo mutuo nos olvidamos… ya no uso puertas, sólo quitan posibilidades.

Tienes buena condición física ¿eh?, porque con cuatrocientos treinta y dos escalones, sólo a un joven loco y muy interesado en convertirse en vendedor de mentiras se le ocurre subir hasta acá. Esos escalones son de mentiras, de esas que te regalan tu familia, tus amigos, tus maestros y que de la nada se resbalan en tu vida; y cuando quieres ir para abajo, ya te encuentras a kilómetros de distancia y así, poco a poco se van haciendo viejas y duras… como nosotros.

Supongo que intentaste tocar la campana, ella solita se ha ido subiendo y ahora es imposible de alcanzar.  Nos peleamos un día que no me pude acordar de su mentira, y ella terca, creyendo que no le quería decir, se enojó y decidió quedarse aquí pero lejos de mí, sólo mirándome y esperando a que le diga. ¡Pues que tenga paciencia!, porque mi memoria hasta hoy no ha regresado y no creo que eso mejore.

Pasa, pasa… te llevaré a la única zona de la casa que tiene techo: la sala y mi habitación, porque parece que pronto la neblina abrirá paso a la nieve de verano, y será un poco complicado mantener el frío adentro sin un techo. Supongo que donde vives tienes techo, yo lo hice quitar. Un día me levanté y al mirar el techo me pregunté: ¿Quién lo habrá mandado poner ahí, arriba de mí, mirándome de lejos? Y como me di cuenta de que no había sido yo, inmediatamente me bajé en una silla mecedora y con un tenedor comencé a quitarlo de mi vista. ¡Esas mentiras abusivas!, que creen que, porque no pesan mucho y porque se mantienen lejos de ti, no te das cuenta. Pero poco a poco te quitan la vista del cielo, de las hormigas, de lo dulce, de los suspiros… son mentiritas que te van limitando la vida, como si fueran hojuelas de sol; llegan y las escuchas sin ponerles atención y calladitas se suben a verte desde arriba y cuando ves,  ya tienes un techo cubriéndote toda la cabeza.

¡Ah!, las de la sala y mi habitación, esas son otras que yo he ido poniendo. Empiezan a volar sobre mi cabeza esas mentiras y cuando las veo… la verdad, siento placer, me ayudan a justificar mis miedos y mis excusas, me hacen no ver todo el panorama, me quitan opciones y me siento engañado, pero en paz. Así que esas sí dejo que se queden.  Duermo más tranquilo y pienso mejor, se me olvidan los hubieras, los errores y las frustraciones.

Ven pasa a la cocina, ahí está tu té de obsidiana.

En mi vida he pisado kilómetro de mentiras de madera, de asfalto, de pasto, de tierra, he pasado por encima de muchas; algunas tropezando y tratando de no lastimar a nadie, otras las he alcanzado a atrapar, atormentar un poco y hacerlas cambiar de parecer, algunas de éstas se han convertido en mis amigas y las guardo aquí, en la cocina, en esos frascos de alas de elefante pegados a la ventana, donde a veces platicamos o tomamos la noche embarrada en un pan de oruga. Por eso tengo un balcón en la cocina, para poder salir con ellas y no dejar que se escapen. La estufa la he dejado en el balcón porque a veces nos da risa y prendemos la tormenta para que no se nos desinfle el corazón tan rápido. No creas que recibo muchas visitas, las ocho sirenas y dos mandíbulas de tiburón que ves alrededor de la mesa las he puesto porque recibo grupos de mentiras que quieren hablar todas a la vez, y la única manera de tenerlas en calma es aquí, sentadas juntitas para que no se distraigan y con algo de comer, como revistas, historias, cuentos… cosas que las nutran. Se han llegado a comer enciclopedias completas, pero bueno, esa es otra historia. Con pocas de las que vienen a hablar conmigo me he quedado, y las que he dejado pasar las he convertido en papalotes. Ya te las enseñaré cuando vayamos al jardín central, están amarradas a la fuente y vuelan por debajo de las raíces, son mentiras rebeldes que si las escuchas mucho tiempo, te pueden hacer pasarla mal, querer huir, pelearte. Por eso las dejo libres y lejos, cuando las necesito las bajo, las escucho, las limpio y las vuelvo a soltar. Hay que tener mucha práctica para no enredarse con sus hilos, ni enamorarse de sus rencores y enredos.

Mira, ahí en las ventanas de la sala tengo otras más guardadas en esas peceras o en las jaulas que rebotan en los árboles del jardín. Ellas son astutas, un poco seductoras, entienden cuando estás triste y te recuerdan mentiras para que te las quieras comer de nuevo, a veces para justificarte y que te sientas bien, otras para ponerte mal…. pero ya nos agarramos el modo. Nos hemos hecho grandes compañeros, hasta a veces nos mentimos nada más para no perder la costumbre o lanzamos dardos a las nubes para jugar.  Pero hay otras muy rebeldes, tercas y obsesivas a las que he tenido que sacar con mermelada; todavía tengo algunos pedazos de ellas entre los pelos de las estrellas que nada más no he querido ponerme a limpiar minuciosamente con caramelo y sueño de mar.… dicen que así se borran. Estas locas invasoras se meten a mi casa y se van a las esquinas, a los lugares donde es difícil entrar y no hay mucha luz, no sé si las viste en el recibidor, en los agujeros de los huecos y en el espejo sobre el piso, bajo la mesa en forma de tina. Ahí se quedan y tratan de guardar silencio, pero hacen demasiado ruido tratándose de poner de acuerdo, no sé qué tanta sarta de cosas dicen porque no se les entiende nada, se confunden entre ellas; pero al final, no se quieren mover de lugar ni llegar a un acuerdo. ¡Imposible terminar bien con ellas! Así que, sólo con mermelada o a veces con los dedos del murciélago las he podido sacar o barrer hasta el cielo de enfrente.

Te enseñaré mis mentiras favoritas, pero esas están en mi habitación, ven por aquí.

Disculparás tanto orden, pero he estado muy ocupado y no me he podido poner a desordenarme un poco. ¡Ah!, esa ventana hacia el suelo siempre está abierta, tengo algunas mentiras ya muy de confianza, de años de estar juntos, que vienen y van, durante todo el año. Ya nos conocemos, entonces saben que pueden entrar por ahí, la única condición es que no deben de quedarse más de tres ciclos de amarillo en mi casa, ese es el trato, si no, terminamos demasiado pintados y confundidos, escupiendo ramas, hojas y hasta cuevas.

En ese clóset con grandes puertas, guardo mis mentiras favoritas. Tengo unas que ya son viejísimas, de algunas décadas atrás, y ya es imposible que viva sin ellas. Ya ni me acuerdo cómo surgieron o dónde dejé la verdad de ellas; otras son nuevas, las voy encontrando en el camino, o colgadas en el pasto y cuando veo que me combinan o simplemente me gustan, me las traigo, las adopto y les hago un espacio. Algunas de esas se han vuelto de mis favoritas, pero a otras, después de un rato las regalo, las entierro entre los aires o las olvido en algún lugar.

Mira, y en ese mueble donde iban mis trofeos de competencia de pegasos, ahora pongo las mentiras más monumentalmente bellas, con las que ya no hablo ni tengo ninguna cercanía, pero ya era tan tarde cuando dejamos de ser compatibles que decidimos quedarnos así, cada quien aceptando su lugar en esta casa. Era muy tarde para que ellas buscaran una verdad que las acogiera y también para mí encontrar la verdad que estaba en ese lugar, y bueno, no nos estorbamos.

Este piso que ves es de 1967, es viejo, viejazo, más que yo. Supongo que son unas mentiras artesanales con acabados maravillosos hechos a mano, porque a simple vista no se les ve el desgaste ni un cambio de color… las mentiras ya no las hacen como antes, no se toman los tiempos, los gustos, el ritual… ya las hacen en serie con cualquier palabra, no les importa. Está todavía firme, o bueno, eso parece… nunca me ha dado lata, al igual que esta columna cubierta igual que el piso; ya me acostumbré a ella, a que esté justo en medio del silencio claro, sosteniendo todo y estorbándole a todo. Desde que tengo memoria ha estado ahí y no me he querido poner a investigar si la puedo mover o cambiar.

Pero en fin, vamos afuera al jardín central. Este jardín era en realidad el cuarto de baile de la casa, pero cuando decidí sacar a las mentiras del techo, me quedé con un jardín en el centro, así que lo aproveché para amarrar las mentiras que te dije, ¿ya las viste?… En la fuente tengo mentiras nuevas, ellas se van limpiando poco a poco para dejar sólo las hojas sin raíces y así olvidar de dónde vienen, estas son de ese tipo.

Toma asiento en ese sillón rojo, que aunque no parezca, lo acabo de conseguir en el mercado de planetas de los martes, dicen que es de pelo de jabón, pero ¡tremenda mentira!, yo creo que es terciopelo barato de puerco.

¿Te importa si prendo mi pipa?, necesito mandar lejos algunas mentiras que se me han hecho en la semana con tanta plática y salidas a la melancolía, tú también deberías de practicar algo así, te ayuda a limpiarte y a sacarte de encima esas mentiras que con el tiempo se hacen como sarro y se te pegan en los dientes, o te hacen puntos en la piel, los lunares que les dicen… no son malos como tal, pero poco a poco te van manchando hasta que en un momento ya no recuerdas como eras sin ellos.

¡Cuidado!, mueve tu pierna de ahí, ¡ash!, deja voy por los colores, esa enredadera me viene siguiendo desde el mes pasado, por eso la ves enredada justo por donde yo paso. Mira, empezó agarrada de la tina un día que me quedé horas pensando ahí, empezó a crecer por el grifo del agua, salió de ahí y me siguió a mi cuarto, luego al jardín, al balcón, le dimos la vuelta a la casa desde la cocina, la sala, el recibidor, las tres habitaciones que no existen, el cuarto del humo, hasta el jardín. ¿Puedes creer que me di cuenta de ella hasta que un día sirviéndome un café la vi chupando mi terrón de azúcar?, ahí sí estallé en cólera.  Después me di cuenta que había estado enredado estos días entre recuerdos e historias viejas, y estas mentiras enredaderas se agarran de alguna ancla del pasado y empiezan a construir sus telarañas. Te enredan todo, hacen conexiones en cosas que no hay y muchas veces te resuelven algunos agujeros, pero otras terminan asfixiándote… de verdad. En ese momento corrí por mis colores y la empecé a pintar de cielo lluvioso, sólo así las puedes desaparecer; comenzó a lloverse y a empapar toda mi casa, se inundó mi habitación, y el cuarto de mando donde está el timón y todas las máquinas de navegación sufrió varios estragos, que me tardé en resolver y reparar semanas. En fin, con el aire se fue saliendo de mi casa, pero veo que algo de ella me faltó llover… deja la vuelvo a pintar, creo que será necesario bañar la casa de cielo amargo para que no regrese, porque en este tipo de mentira ya no estoy en edad para enredarme.

Sí, el cuarto de mando está en el segundo ático y hasta allá llegó la lluvia. Tuve que cambiar la rotación de la tierra un rato para poder arreglar las máquinas, el mapa se enfermó durante una semana y no había manera de hacerlo abrir, usé leche de mariposa para el enojo de la brújula porque no me quería enseñar el norte y sólo así me perdonó.

Pero bueno ya estamos bien. Al final, la verdad es de quien la cree y la mentira de quien la crea, así que es cosa de aprender. Siéntate sobre esa catarina, aquí está tu té y dime… ¿Qué quieres aprender sobre vender mentiras?

Una ola

Una ola

Vaivén de Luna que esquiva la tierra

Impaciente deseo de callar las huellas

Mis pies, insignificantes adversarios, te esperan

Hiedra de sal, encaje de tu frontera

Murmullo a gritos, tu fuerza necia

Inquietos lienzos sujetos a una perla

Se van, regresan.

Silueta

Cola de mar

a

14 de noviembre 1996

14 de noviembre 1996

Querido Manuel:

Hoy no te tengo buenas noticias. Supongo que después de leer lo que ha sucedido, será difícil que no te encuentres un poco alterado y atormentado. No te puedo engañar y menos intentar escondértelo. Tarde o temprano te darías cuenta; ya sea por el olor que invade la casa o simplemente por notar su ausencia. Fuera de lo que te voy a contar, hasta antes de este altercado que sucedió por la tarde, todo ha estado en orden.   

Espero no arruinarte algún plan a futuro, y si ha sido así, pido una doble disculpa por lo que hice y por lo que haré en un futuro no tan lejano… no pude remediarlo, perdóname… el daño está hecho.    

Entonces, te cuento: hoy, como todos los lunes en esta casa, me dirigí a la rutina del primer día de la semana; no hay cosa que tu no sepas que se haga diariamente. Bajé sin prender la luz y sin hacer ruido saqué todo lo que necesitaba, pensé en qué y cómo lo quería hacer. Había un silencio profundo, pues a esas horas de la madrugada no hay un sólo ojo abierto y ya sabemos que siempre es mejor empezar antes de que salgan a husmear. Los revisé a todos y estaban en su lugar bien colocados, no noté nada diferente. Inmóviles, de muy buen color, frescos, con una que otra imperfección, pero de las cosas que se ve en esto a diario. Mi sonrisa de lunes por la mañana salió de manera natural, teníamos todo para iniciar la rutina de manera exitosa… una buena semana nos esperaba.

Después de observarlos por unos momentos y hacer la difícil elección del primero, me decidí por la grande del centro. Se veía bien, ya en su punto, buen color, forma, textura y según mis cálculos ya estaba en el tiempo perfecto. La separé de los demás que en ese momento no se me antojaban tanto y que dejaría para después. Pero al tomarla con mis dos manos supe que algo estaba mal. La tuve que apretar más de lo normal para que no se me resbalara. La textura era un poco extraña, de esa que pocas veces nos ha tocado experimentar, algo blanda y babosa, pero no le tomé mucha importancia porque el color era muy bueno y a veces sucede que las apariencias engañan ¿no? Y mientras la movía para colocarla en el lugar de trabajo, puse especial atención en que los demás quedarán bien acomodados y no se fueran a caer por una mala posición, desequilibrio, o algún tipo de consecuencia de este raro fenómeno no esperado (ya sabes que eso de estar levantando y limpiando pedazos de texturas extrañas y luego trapear, tirar y despedir lo que quedó es terrible, y no hablemos del olor).

Total, retomé mi pedazo de “antojo” y al ponerlo en posición para poderle quitar lo que le sobraba y tener buenos trozos, me volví a percatar de eso “viscoso”. Me sorprendí, porque no contaba con que hubiera perdido la cuenta, que hubiera calculado mal, o no lo hubiera notado antes. No sé en qué momento los días se sumaron mal, o a lo mejor ya desde un principio tenía señales de esta fatalidad y por estar atenta a otras cosas no lo noté, habiendo tantos a su alrededor me distraje… Sí, perdón, no contaba con que a lo mejor llevaría más días antes de llegar a la casa. ¿Cómo iba a saber que venía casi en punto de descomposición? Hace mucho que no me pasaba, es algo que le sucede a los principiantes.

Yo en mi necedad quise llegar hasta las últimas consecuencias. Tomé el cuchillo para hacer el primer corte profundo, sin ninguna medida previa. El olor comenzó a salir, los colores podridos del interior se empezaron a ver, el líquido amarillo algo espeso salía por todos lados. Había zonas en muy mal estado, fue una experiencia asquerosa. Pedazo por pedazo eran malas noticias, se iba destrozando sin respetar el filoso corte que yo hacía de manera precisa.

Hice cortes intentando salvar lo más que se pudiera, quería por lo menos poder disfrutar de alguna de sus partes, no podía darla por perdida… pero en cada corte que hacía parecía que ya llevaba cinco ó seis días en este período de descomposición. Después de realizar mil cortes de lo más minucioso y optimista puede salvar una quinta parte de todo el cuerpo. Pero me quedaba la duda de que todavía estuviera en peligro, así que la herví… sé que es una medida que sólo se debe tomar en caso extremo, porque lo más seguro es que pierda su textura original, su color y su olor, pero me sentía desesperada… aun así el resultado no fue bueno, la consistencia no se veía natural y el olor continuaba (no te preocupes por los niños, fui muy cuidadosa en no hacer ruido y ventilar la casa, no tuvieron la menor sospecha).

Tuve que proceder a la medida que marca el final: Coloqué cada pedazo en una bolsa de plástico gruesa, le hice un fuerte nudo, salí a los botes más lejanos de basura y la tiré…. para esta hora ya era de noche, los niños dormían y pude salir sin ser vista. Eso fue un alivio para no tener que disculparme o inventar excusas extrañas. No quería que nadie viera lo que íbamos a desperdiciar y dejar en la basura, que nadie supiera de dónde venía ese olor tan fétido.

Bueno, así fue, sé que no es lo más profesional del mundo y que no lo esperarías de mí… por lo pronto los demás están a salvo: los revisé y los limpié, ya nadie saldrá herido. Espero me contestes pronto y sepas que todo se me fue de las manos, prometo que la próxima semana que vengas habrá una piña en su punto. Al conocer tu respuesta podré  tomar las medidas prudentes y espero que no tengan que ser las extremas… me dolería mucho y a los niños también, sabes cómo la quieren y les gusta.

Atte. María Dolores.

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