Cuando se necesita sembrar la tierra, hay que hacer surcos, rasgar la tierra, enterrar el rastrillo hasta lograr remover la tierra, marcar el camino… hay que cortar las hierbas que no sirven desde la raíz, llegar a lo más profundo y limpiar el terreno. Aflojar la tierra, desprenderla, romperla, desacomodarla y dejarla abierta para que la nueva semilla pueda entrar.
Esa semilla va a ir renaciendo, poco a poco estirando sus raíces, buscando nuevos caminos, escuchando el agua, sintiendo el sol; va a empujar la tierra, a forzar el espacio para extenderse y así, tener la fuerza para salir hacia el sol, a un mejor lugar con luz, donde pueda explotar en mil colores, respirar aire fresco y dar al mundo algo nuevo.
Así son las heridas. Las heridas son hermosas, son campos fértiles para que las semillas tengan espacio para llegar más profundo y poder brotar en un mejor terreno, con agua, protegidas de el viento, la sequía y los animales. Las heridas hacen surcos, levantan la piel, quitan las hierbas, empujan, remueven… pero dejan el lugar fértil, para extender las raíces, para que las semillas crezcan, para buscar nuevos caminos que después nos harán crecer para ver el amanecer de otra manera y agradecer esa herida que nos dejó un surco para renacer.