Las entradas son las salidas, las verdades son las mentiras

Pasa…

Las mentiras pueden esconderse en cualquier espacio, entre las palabras, las oraciones, las miradas, los silencios, los labios, los pensamientos, las verdades y hasta en todo esto que te estoy diciendo. Puede haber cientos, miles de ellas mirándote, mirándonos. Algunas tal vez salen a saludar en algún momento, otras podrán tardar más y otras preferirán no asomarse, sólo te verán de lejos y disfrutarán viendo cómo te pierdes entre ellas.

Como habrás observado he quitado la puerta, pues era una mentira con la que nunca pude ponerme de acuerdo: estaba cerrada cuando quería entrar y abierta cuando necesitaba dejar bien cerrado, así que por acuerdo mutuo nos olvidamos… ya no uso puertas, sólo quitan posibilidades.

Tienes buena condición física ¿eh?, porque con cuatrocientos treinta y dos escalones, sólo a un joven loco y muy interesado en convertirse en vendedor de mentiras se le ocurre subir hasta acá. Esos escalones son de mentiras, de esas que te regalan tu familia, tus amigos, tus maestros y que de la nada se resbalan en tu vida; y cuando quieres ir para abajo, ya te encuentras a kilómetros de distancia y así, poco a poco se van haciendo viejas y duras… como nosotros.

Supongo que intentaste tocar la campana, ella solita se ha ido subiendo y ahora es imposible de alcanzar.  Nos peleamos un día que no me pude acordar de su mentira, y ella terca, creyendo que no le quería decir, se enojó y decidió quedarse aquí pero lejos de mí, sólo mirándome y esperando a que le diga. ¡Pues que tenga paciencia!, porque mi memoria hasta hoy no ha regresado y no creo que eso mejore.

Pasa, pasa… te llevaré a la única zona de la casa que tiene techo: la sala y mi habitación, porque parece que pronto la neblina abrirá paso a la nieve de verano, y será un poco complicado mantener el frío adentro sin un techo. Supongo que donde vives tienes techo, yo lo hice quitar. Un día me levanté y al mirar el techo me pregunté: ¿Quién lo habrá mandado poner ahí, arriba de mí, mirándome de lejos? Y como me di cuenta de que no había sido yo, inmediatamente me bajé en una silla mecedora y con un tenedor comencé a quitarlo de mi vista. ¡Esas mentiras abusivas!, que creen que, porque no pesan mucho y porque se mantienen lejos de ti, no te das cuenta. Pero poco a poco te quitan la vista del cielo, de las hormigas, de lo dulce, de los suspiros… son mentiritas que te van limitando la vida, como si fueran hojuelas de sol; llegan y las escuchas sin ponerles atención y calladitas se suben a verte desde arriba y cuando ves,  ya tienes un techo cubriéndote toda la cabeza.

¡Ah!, las de la sala y mi habitación, esas son otras que yo he ido poniendo. Empiezan a volar sobre mi cabeza esas mentiras y cuando las veo… la verdad, siento placer, me ayudan a justificar mis miedos y mis excusas, me hacen no ver todo el panorama, me quitan opciones y me siento engañado, pero en paz. Así que esas sí dejo que se queden.  Duermo más tranquilo y pienso mejor, se me olvidan los hubieras, los errores y las frustraciones.

Ven pasa a la cocina, ahí está tu té de obsidiana.

En mi vida he pisado kilómetro de mentiras de madera, de asfalto, de pasto, de tierra, he pasado por encima de muchas; algunas tropezando y tratando de no lastimar a nadie, otras las he alcanzado a atrapar, atormentar un poco y hacerlas cambiar de parecer, algunas de éstas se han convertido en mis amigas y las guardo aquí, en la cocina, en esos frascos de alas de elefante pegados a la ventana, donde a veces platicamos o tomamos la noche embarrada en un pan de oruga. Por eso tengo un balcón en la cocina, para poder salir con ellas y no dejar que se escapen. La estufa la he dejado en el balcón porque a veces nos da risa y prendemos la tormenta para que no se nos desinfle el corazón tan rápido. No creas que recibo muchas visitas, las ocho sirenas y dos mandíbulas de tiburón que ves alrededor de la mesa las he puesto porque recibo grupos de mentiras que quieren hablar todas a la vez, y la única manera de tenerlas en calma es aquí, sentadas juntitas para que no se distraigan y con algo de comer, como revistas, historias, cuentos… cosas que las nutran. Se han llegado a comer enciclopedias completas, pero bueno, esa es otra historia. Con pocas de las que vienen a hablar conmigo me he quedado, y las que he dejado pasar las he convertido en papalotes. Ya te las enseñaré cuando vayamos al jardín central, están amarradas a la fuente y vuelan por debajo de las raíces, son mentiras rebeldes que si las escuchas mucho tiempo, te pueden hacer pasarla mal, querer huir, pelearte. Por eso las dejo libres y lejos, cuando las necesito las bajo, las escucho, las limpio y las vuelvo a soltar. Hay que tener mucha práctica para no enredarse con sus hilos, ni enamorarse de sus rencores y enredos.

Mira, ahí en las ventanas de la sala tengo otras más guardadas en esas peceras o en las jaulas que rebotan en los árboles del jardín. Ellas son astutas, un poco seductoras, entienden cuando estás triste y te recuerdan mentiras para que te las quieras comer de nuevo, a veces para justificarte y que te sientas bien, otras para ponerte mal…. pero ya nos agarramos el modo. Nos hemos hecho grandes compañeros, hasta a veces nos mentimos nada más para no perder la costumbre o lanzamos dardos a las nubes para jugar.  Pero hay otras muy rebeldes, tercas y obsesivas a las que he tenido que sacar con mermelada; todavía tengo algunos pedazos de ellas entre los pelos de las estrellas que nada más no he querido ponerme a limpiar minuciosamente con caramelo y sueño de mar.… dicen que así se borran. Estas locas invasoras se meten a mi casa y se van a las esquinas, a los lugares donde es difícil entrar y no hay mucha luz, no sé si las viste en el recibidor, en los agujeros de los huecos y en el espejo sobre el piso, bajo la mesa en forma de tina. Ahí se quedan y tratan de guardar silencio, pero hacen demasiado ruido tratándose de poner de acuerdo, no sé qué tanta sarta de cosas dicen porque no se les entiende nada, se confunden entre ellas; pero al final, no se quieren mover de lugar ni llegar a un acuerdo. ¡Imposible terminar bien con ellas! Así que, sólo con mermelada o a veces con los dedos del murciélago las he podido sacar o barrer hasta el cielo de enfrente.

Te enseñaré mis mentiras favoritas, pero esas están en mi habitación, ven por aquí.

Disculparás tanto orden, pero he estado muy ocupado y no me he podido poner a desordenarme un poco. ¡Ah!, esa ventana hacia el suelo siempre está abierta, tengo algunas mentiras ya muy de confianza, de años de estar juntos, que vienen y van, durante todo el año. Ya nos conocemos, entonces saben que pueden entrar por ahí, la única condición es que no deben de quedarse más de tres ciclos de amarillo en mi casa, ese es el trato, si no, terminamos demasiado pintados y confundidos, escupiendo ramas, hojas y hasta cuevas.

En ese clóset con grandes puertas, guardo mis mentiras favoritas. Tengo unas que ya son viejísimas, de algunas décadas atrás, y ya es imposible que viva sin ellas. Ya ni me acuerdo cómo surgieron o dónde dejé la verdad de ellas; otras son nuevas, las voy encontrando en el camino, o colgadas en el pasto y cuando veo que me combinan o simplemente me gustan, me las traigo, las adopto y les hago un espacio. Algunas de esas se han vuelto de mis favoritas, pero a otras, después de un rato las regalo, las entierro entre los aires o las olvido en algún lugar.

Mira, y en ese mueble donde iban mis trofeos de competencia de pegasos, ahora pongo las mentiras más monumentalmente bellas, con las que ya no hablo ni tengo ninguna cercanía, pero ya era tan tarde cuando dejamos de ser compatibles que decidimos quedarnos así, cada quien aceptando su lugar en esta casa. Era muy tarde para que ellas buscaran una verdad que las acogiera y también para mí encontrar la verdad que estaba en ese lugar, y bueno, no nos estorbamos.

Este piso que ves es de 1967, es viejo, viejazo, más que yo. Supongo que son unas mentiras artesanales con acabados maravillosos hechos a mano, porque a simple vista no se les ve el desgaste ni un cambio de color… las mentiras ya no las hacen como antes, no se toman los tiempos, los gustos, el ritual… ya las hacen en serie con cualquier palabra, no les importa. Está todavía firme, o bueno, eso parece… nunca me ha dado lata, al igual que esta columna cubierta igual que el piso; ya me acostumbré a ella, a que esté justo en medio del silencio claro, sosteniendo todo y estorbándole a todo. Desde que tengo memoria ha estado ahí y no me he querido poner a investigar si la puedo mover o cambiar.

Pero en fin, vamos afuera al jardín central. Este jardín era en realidad el cuarto de baile de la casa, pero cuando decidí sacar a las mentiras del techo, me quedé con un jardín en el centro, así que lo aproveché para amarrar las mentiras que te dije, ¿ya las viste?… En la fuente tengo mentiras nuevas, ellas se van limpiando poco a poco para dejar sólo las hojas sin raíces y así olvidar de dónde vienen, estas son de ese tipo.

Toma asiento en ese sillón rojo, que aunque no parezca, lo acabo de conseguir en el mercado de planetas de los martes, dicen que es de pelo de jabón, pero ¡tremenda mentira!, yo creo que es terciopelo barato de puerco.

¿Te importa si prendo mi pipa?, necesito mandar lejos algunas mentiras que se me han hecho en la semana con tanta plática y salidas a la melancolía, tú también deberías de practicar algo así, te ayuda a limpiarte y a sacarte de encima esas mentiras que con el tiempo se hacen como sarro y se te pegan en los dientes, o te hacen puntos en la piel, los lunares que les dicen… no son malos como tal, pero poco a poco te van manchando hasta que en un momento ya no recuerdas como eras sin ellos.

¡Cuidado!, mueve tu pierna de ahí, ¡ash!, deja voy por los colores, esa enredadera me viene siguiendo desde el mes pasado, por eso la ves enredada justo por donde yo paso. Mira, empezó agarrada de la tina un día que me quedé horas pensando ahí, empezó a crecer por el grifo del agua, salió de ahí y me siguió a mi cuarto, luego al jardín, al balcón, le dimos la vuelta a la casa desde la cocina, la sala, el recibidor, las tres habitaciones que no existen, el cuarto del humo, hasta el jardín. ¿Puedes creer que me di cuenta de ella hasta que un día sirviéndome un café la vi chupando mi terrón de azúcar?, ahí sí estallé en cólera.  Después me di cuenta que había estado enredado estos días entre recuerdos e historias viejas, y estas mentiras enredaderas se agarran de alguna ancla del pasado y empiezan a construir sus telarañas. Te enredan todo, hacen conexiones en cosas que no hay y muchas veces te resuelven algunos agujeros, pero otras terminan asfixiándote… de verdad. En ese momento corrí por mis colores y la empecé a pintar de cielo lluvioso, sólo así las puedes desaparecer; comenzó a lloverse y a empapar toda mi casa, se inundó mi habitación, y el cuarto de mando donde está el timón y todas las máquinas de navegación sufrió varios estragos, que me tardé en resolver y reparar semanas. En fin, con el aire se fue saliendo de mi casa, pero veo que algo de ella me faltó llover… deja la vuelvo a pintar, creo que será necesario bañar la casa de cielo amargo para que no regrese, porque en este tipo de mentira ya no estoy en edad para enredarme.

Sí, el cuarto de mando está en el segundo ático y hasta allá llegó la lluvia. Tuve que cambiar la rotación de la tierra un rato para poder arreglar las máquinas, el mapa se enfermó durante una semana y no había manera de hacerlo abrir, usé leche de mariposa para el enojo de la brújula porque no me quería enseñar el norte y sólo así me perdonó.

Pero bueno ya estamos bien. Al final, la verdad es de quien la cree y la mentira de quien la crea, así que es cosa de aprender. Siéntate sobre esa catarina, aquí está tu té y dime… ¿Qué quieres aprender sobre vender mentiras?