Querido Manuel:
Hoy no te tengo buenas noticias. Supongo que después de leer lo que ha sucedido, será difícil que no te encuentres un poco alterado y atormentado. No te puedo engañar y menos intentar escondértelo. Tarde o temprano te darías cuenta; ya sea por el olor que invade la casa o simplemente por notar su ausencia. Fuera de lo que te voy a contar, hasta antes de este altercado que sucedió por la tarde, todo ha estado en orden.
Espero no arruinarte algún plan a futuro, y si ha sido así, pido una doble disculpa por lo que hice y por lo que haré en un futuro no tan lejano… no pude remediarlo, perdóname… el daño está hecho.
Entonces, te cuento: hoy, como todos los lunes en esta casa, me dirigí a la rutina del primer día de la semana; no hay cosa que tu no sepas que se haga diariamente. Bajé sin prender la luz y sin hacer ruido saqué todo lo que necesitaba, pensé en qué y cómo lo quería hacer. Había un silencio profundo, pues a esas horas de la madrugada no hay un sólo ojo abierto y ya sabemos que siempre es mejor empezar antes de que salgan a husmear. Los revisé a todos y estaban en su lugar bien colocados, no noté nada diferente. Inmóviles, de muy buen color, frescos, con una que otra imperfección, pero de las cosas que se ve en esto a diario. Mi sonrisa de lunes por la mañana salió de manera natural, teníamos todo para iniciar la rutina de manera exitosa… una buena semana nos esperaba.
Después de observarlos por unos momentos y hacer la difícil elección del primero, me decidí por la grande del centro. Se veía bien, ya en su punto, buen color, forma, textura y según mis cálculos ya estaba en el tiempo perfecto. La separé de los demás que en ese momento no se me antojaban tanto y que dejaría para después. Pero al tomarla con mis dos manos supe que algo estaba mal. La tuve que apretar más de lo normal para que no se me resbalara. La textura era un poco extraña, de esa que pocas veces nos ha tocado experimentar, algo blanda y babosa, pero no le tomé mucha importancia porque el color era muy bueno y a veces sucede que las apariencias engañan ¿no? Y mientras la movía para colocarla en el lugar de trabajo, puse especial atención en que los demás quedarán bien acomodados y no se fueran a caer por una mala posición, desequilibrio, o algún tipo de consecuencia de este raro fenómeno no esperado (ya sabes que eso de estar levantando y limpiando pedazos de texturas extrañas y luego trapear, tirar y despedir lo que quedó es terrible, y no hablemos del olor).
Total, retomé mi pedazo de “antojo” y al ponerlo en posición para poderle quitar lo que le sobraba y tener buenos trozos, me volví a percatar de eso “viscoso”. Me sorprendí, porque no contaba con que hubiera perdido la cuenta, que hubiera calculado mal, o no lo hubiera notado antes. No sé en qué momento los días se sumaron mal, o a lo mejor ya desde un principio tenía señales de esta fatalidad y por estar atenta a otras cosas no lo noté, habiendo tantos a su alrededor me distraje… Sí, perdón, no contaba con que a lo mejor llevaría más días antes de llegar a la casa. ¿Cómo iba a saber que venía casi en punto de descomposición? Hace mucho que no me pasaba, es algo que le sucede a los principiantes.
Yo en mi necedad quise llegar hasta las últimas consecuencias. Tomé el cuchillo para hacer el primer corte profundo, sin ninguna medida previa. El olor comenzó a salir, los colores podridos del interior se empezaron a ver, el líquido amarillo algo espeso salía por todos lados. Había zonas en muy mal estado, fue una experiencia asquerosa. Pedazo por pedazo eran malas noticias, se iba destrozando sin respetar el filoso corte que yo hacía de manera precisa.
Hice cortes intentando salvar lo más que se pudiera, quería por lo menos poder disfrutar de alguna de sus partes, no podía darla por perdida… pero en cada corte que hacía parecía que ya llevaba cinco ó seis días en este período de descomposición. Después de realizar mil cortes de lo más minucioso y optimista puede salvar una quinta parte de todo el cuerpo. Pero me quedaba la duda de que todavía estuviera en peligro, así que la herví… sé que es una medida que sólo se debe tomar en caso extremo, porque lo más seguro es que pierda su textura original, su color y su olor, pero me sentía desesperada… aun así el resultado no fue bueno, la consistencia no se veía natural y el olor continuaba (no te preocupes por los niños, fui muy cuidadosa en no hacer ruido y ventilar la casa, no tuvieron la menor sospecha).
Tuve que proceder a la medida que marca el final: Coloqué cada pedazo en una bolsa de plástico gruesa, le hice un fuerte nudo, salí a los botes más lejanos de basura y la tiré…. para esta hora ya era de noche, los niños dormían y pude salir sin ser vista. Eso fue un alivio para no tener que disculparme o inventar excusas extrañas. No quería que nadie viera lo que íbamos a desperdiciar y dejar en la basura, que nadie supiera de dónde venía ese olor tan fétido.
Bueno, así fue, sé que no es lo más profesional del mundo y que no lo esperarías de mí… por lo pronto los demás están a salvo: los revisé y los limpié, ya nadie saldrá herido. Espero me contestes pronto y sepas que todo se me fue de las manos, prometo que la próxima semana que vengas habrá una piña en su punto. Al conocer tu respuesta podré tomar las medidas prudentes y espero que no tengan que ser las extremas… me dolería mucho y a los niños también, sabes cómo la quieren y les gusta.
Atte. María Dolores.
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